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Forte Sao Juliao da Barra

La defensa de Lisboa por la barra del río Tajo fue una preocupación constante durante la Guerra de Restauración. Aunque la amenaza de un ataque de la armada de Felipe IV nunca se realizó, esa posibilidad seguía siendo real, según el ejemplo de 1580. Y en tiempos más recientes, el bloqueo impuesto por el escuadrón parlamentario inglés (en busca del príncipe Rupert (sobrino de Carlos I de Inglaterra, que vino a refugiarse en Lisboa en 1650) había demostrado las debilidades de la frontera marítima y fluvial del Reino. Por esta razón, las consultas sobre la situación de las fortalezas en las que se basó la defensa costera son frecuentes.

En el municipio de Oeiras vamos a encontrar un conjunto de fuertes para la defensa del Tajo pertenecientes a varias épocas constructivas. Del siglo XVI la Torre de Bugio y el Forte de São Julio da Barra. A la segunda mitad del siglo XVII, durante la guerra de restauración, pertenecen el Forte São Pedro de Paço de Arcos (ya desaparecido), el Forte Sao João das Maias, el Forte Santo Amaro do Areeiro, el Forte Sao Bruno de Caxias y el Forte de Giribitas. En diferentes momentos del siglo XVIII se edificaron la Batería de Feitoria y el Forte de Catalazete. Incluso ya a finales del siglo XIX se construye el Forte de Caxias ou D. Luis dentro del “Campo Entricherado de Lisboa”. Nada menos que diez fortificaciones en apenas 6 km. de costa, pues Oeiras era el último punto de defensa antes en llegar a la Torre de Belem, ya en la capital.

Situado en un saliente rocoso a levante de la ensenada de Carcavelos, el «Forte de São Julião da Barra» fue el más importante de cuantos se construyeron en la costa lisboeta, tras la Cidadela de Cascais y una de las más potentes y más completas fortificaciones costeras abaluartadas de Portugal.

Su papel en el control de la entrada de navíos en el estuario del Tajo, cruzando fuegos con el Forte de São Lorenzo o Torre de Bugio (situada en un islote en el centro del Estuario) era decisivo en el plan de defensa de la capital.

Historia do Forte de São Julião da Barra

João III nombró al reconocido arquitecto Miguel de Arruda “Mestre das Obras de Fortificação do Reino, lugares d’Além e Índias” en 1549. Y, siguiendo las recomendaciones de su Consejo de Guerra que entendía que la defensa de Lisboa no podía sustentarse tan sólo en el castillo de San Jorge y en la antigua Cerca Fernandina, le encomendó el diseño de una Torre Abaluartada según el modelo abaluartado italiano en la Punta de São Gião.

Las obras se iniciaron entre 1553 y 1556 y quedaron confiadas a António Mendes, pero habían avanzado poco a la muerte del Rey en 1559. Un tributo especial fue lanzado en 1562 para concluir las obras, de forma en se dieron por concluidas en 1568, al término de la primera regencia del Cardenal D. Henrique. Por ello en un primer momento el fuerte fue conocido como la “Fortaleza del Cardenal”.

Aquella primera fortificación estaba compuesta por cinco baluartes de diferentes dimensiones y, en el interior, además de las instalaciones de acuartelamiento y almacenes, se construyó en el centro de la plaza de armas una gran cisterna que constituye su núcleo central, a semejanza de lo que sucede en las fortalezas de Mazagón (actual Al Jadida en Marruecos) y de la isla de Mozambique.

Sin embargo, no fue capaz de impedir el avance de las tropas españolas bajo el mando de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, tercer duque de Alba de Tormes, que la cercaron por de tierra, capitulando en seis días.

Por ello el Duque de Alba, una vez instaurada la monarquía española en Portugal, ordenó al ingeniero militar Giovan Giacomo Palearo Fratino que reforzara la fortificación de São Julião, en el marco de un plan de mejora de las defensas de Lisboa.

Palearo procedió a correcciones en el trazado del foso, hizo levantar nuevas baterías, y amplió las defensas del flanco oeste. A partir de 1582 se procedió a la edificación de la explanada baja del lado este, añadiendo los baluartes bajo la invocación de San Felipe y de San Pedro. En mayo de 1589 la flota de Sir Francis Drake (unos 150 buques) decidió no arriesgarse a forzar la barra del Tajo por el temor a la potencia de fuego de esta fortaleza. Sir William Monson, que entonces integraba la flota y que se convertiría en uno de los grandes almirantes de Inglaterra, refirió aquella defensa como “una de las más infranqueables fortalezas marítimas de Europa”.

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