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LA ISLA DEL BARÓN

El Mar Menor acoge entre sus aguas 5 islas volcánicas: la Perdiguera, Redonda, Ciervo, Sujeto y la Mayor, más conocida como la isla del Barón. Pero ¿De dónde sale este nombre?

A lo largo de historia se han hecho diferentes usos de las islas, como por ejemplo el cinegético, pero el que ha terminado por diferenciar la isla del Barón del resto, ha sido su uso como prisión. Y es el de prisión y no otro porque es allí donde fue confinado Don Julio Falcó d’Adda, el Barón de Benifayó. El Barón fue condenado al batirse en duelo y matar a Don Diego de Castañeda, noble de la época, defendiendo a María Victoria dal Pozzo della Cisterna.

El tiempo que pasó aislado en la isla Mayor, lejos de ser un castigo para él, fue un placer, por lo que compró la isla y mandó construir un palacete igual al de su residencia en San Pedro. Residencia que actualmente es visitable al haber sido transformada en el Museo Arqueológico y Etnográfico de San Pedro del Pinatar.

Es popularmente conocido que en la isla se sucedían grandes fiestas, de las que se contaban innumerables historias, pero la que más ha transcendido en el tiempo ha sido la ahora leyenda de la princesa rusa, que se narra a continuación:

“Yo soy el barón de Benifayó, y en grata hora me batí en duelo con cortesano tan relevante como fue don Diego de Castañeda, y digo fue, pues no puede serlo más después de que mi florete le atravesara el pecho de parte a parte en perfecto lance. Murió el malhayado don Diego y quisieron los cielos que, en castigo, fuese yo confinado en singular isla, nacida y reinante en el centro mismo del mar que llaman certeramente, menor.

Abandonado en la isla, prendóme della y su entorno desde el primer momento en que la pisara, pues es este un lugar delicioso para la vida, lejos de la civilización, rodeado de natural belleza y de un mar como no existe otro en el redondo mundo, pues encontrándose dentro del pequeño mediterráneo, es aún más reducido, ya que la costa lo recoge para sí, cual laguna salada limitada por un largo brazo y su manga de tierra.

Tanto me enamoré de este lugar que, terminado mi castigo y libre ya de mi reclusión, compré esta hermosa isla y trasladé aquí mi lugar de residencia, construyendo para tal uso, un palacete de estilo neomudejar, tan de moda entre los nobles a finales del diecinueve, al que añadí por mi gusto un insigne torreón, en cuyas paredes reinaba el escudo de mi ilustre casa. Y como fuera que mi fortuna era abundante y mi ánimo vivía exaltado por el bienestar en aquel idílico paraje, las fiestas se sucedían, nobles de todo el litoral acudían en galeotas y el vino y las mujeres destacaban en cada celebración, dándole una fama tan grande como depravada a estos festejos.

Y fue en uno de estos bailes donde vi por primera vez, tan rubia y pálida, tan esbelta y grácil, a la princesa rusa que enamoró mi corazón conquistador. Me fue bien fácil conseguir de su arruinada familia, el beneplácito para el matrimonio, mas no el suyo, pues obligada a vivir junto a mí, cerró su corazón y perdió para siempre su vista en el mar con melancólico gesto. Mil veces la vi bajar hasta la playa de los contrabandistas, desnuda y abandonado su pensamiento entre las olas que lamían las rocas, pero ese deseado cuerpo de hembra noble, que invitados y pescadores veían con embeleso y lujuria durante los largos paseos de mi princesa, no tuvo nunca más dueño que el mismo mar.

Ha pasado un siglo y mi alma ha quedado encerrada entre las ruinas del palacete que en vida fue mi morada y ahora es sólo mi cárcel. A menudo, escucho a los pescadores contar historias sobre mi amada, que dicen pereció entre mis manos y fue enterrada en secreta tumba en esta isla. El altísimo me otorgó la dádiva de no recordar en mi purgatorio tal episodio, si es que fuera cierto que así sucediera, que también pudiera ser cruel leyenda.

Cuentan también que, al caer la noche, se la ve aún vagar por la playa, desnuda y envuelta en un aura levemente iluminada, pero por mucho que lo deseare, por más que suplicare al cielo en estos años, yo no he podido volver a contemplarla pues, por gloria del Dios justiciero, dicen que su exquisita figura se esfuma cuando se acerca a las ruinas, envueltas en sombras, del palacio donde, como alma en pena, habito.”

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