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El Serpent - Cabo Vilan

El Capitán de Fragata Harry Leith Ross, comandante del Serpent tenía la vida perfectamente resuelta, por ser el Quinto Señor de Arnage y propietario de un castillo en Escocia. En septiembre de 1890 tenía 41 años, 21 de servicio, 4 en el empleo y tres meses en el Serpent.

El Serpent había zarpado de Playmouth a la una y media de la tarde del 8 de noviembre con destino a la costa occidental africana. Llevaba 176 hombres. Iba a sustituir a su gemelo Archer en el patrullaje de las costas sudafricanas. Era un torpedero de acero reforzado en la línea de flotación, de 68,58 metros de eslora y 10,97 de manga, que al añadirle seis cañones su proa cabeceaba en exceso. Eran días de temporal y la tripulación ya no tenía muchas ganas de zarpar. La mayoría de la dotación era de la zona Devon/Cornualles, principalmente Devonport (Plymouth), donde había sido construido el buque. En buena parte eran veinteañeros y un tercio ya estaban casados.

El “Serpent” se dirigía a Sierra Leona con escala en Madeira. Con semejante temporal la derrota del crucero debía parecerse más a una odalisca que a una línea recta. En el siglo XIX no había forma de situarse con precisión en alta mar sin tirar de sextante, lo que te dejaba vendido cuando, un temporal cubría el cielo y había que acertar una isla sin sufrir el bochorno de pasarla de largo; tras dos días sin situación, recalar en la costa gallega habría permitido al Serpent encarar el salto a Madeira con más confianza. El día amaneció con el temporal del SW que permitía al Serpent navegar a unos ocho nudos; tras cruzarse con varios buques a las 15:30 lo hicieron con el Península, que se dirigía a Portland, intercambiando saludos. Habría sido más práctico intercambiar situaciones, porque la del mercante era mucho más “fresca”, pero no era cosa de que todo un crucero preguntara a un mercante dónde diablos estaba, así que el Serpent siguió su camino con viento del WSW, olas de más de 10 metros y visibilidad reducida por la sempiterna lluvia.

El Capitán de Fragata Ross estaba en uno de los peores lugares imaginables, y él forzosamente tenía que saberlo: una irritante cualidad de la costa gallega es que, con temporales de componente W, se crean fuertes corrientes de componente E que te abaten hacia tierra. Según el derrotero, “la práctica enseña a los navegantes la necesidad de hacer rumbos más occidentales de lo que pide la línea de costa”, advirtiendo más adelante que “en semejantes circunstancias, será, pues, escasa toda la precaución al aproximarse a la costa NW de España”. La más elemental precaución que debía haberse tomado era sondar. Hacerlo en 1890 y con mal tiempo era un auténtico fastidio, pero, desgraciadamente, no consta que lo intentaran en ningún momento.

El estado del mar iba empeorando y el buque avanzaba a una velocidad de nueve nudos y con el rumbo errado hacia su más que segura desgracia. A las diez y media de la noche del día 10 las campanas del crucero daban sus últimos tañidos. En ese instante dio contra un bajo sumergido a unos metros de la Punta do Boi. El comandante Ross ordenó a la desesperada dar máquinas atrás. «El Serpent retembló con el esfuerzo, pero no logró desasirse del garfio del Boi». Inmediatamente hubo orden de arriar el bote salvavidas, pero un «formidable cáncamo de mar levantó la popa del crucero y la aplastó contra la roca». Bramaron los hierros en la oscuridad y el barco abrió en canal después de un espantoso golpe del acero contra la piedra. Llovía y el mar estaba tan enfurecido que intentaba tragarse todo cuanto hallaba. La nave del imperio británico ya era un juguete roto que se movía a capricho de las olas, que empezaron a engullir a los hombres, que luchaban desesperados contra una muerte segura. Se salvaron tres: Frederik Gould, Edwin Burton y Onesiphorus Luxon, que se habían puesto los chalecos de corcho. Estos supervivientes tuvieron que identificar los 142 cuerpos sin vida y mutilados de sus compañeros que fueron apareciendo en los 45 días siguientes.

Frederick Gould (cabo 1º, 26 años y patrón de la lancha de salvamento) y Edwin Burton (marinero de 1ª de la dotación de la lancha) estaban tumbados en cubierta con dos de los 25 chalecos salvavidas existentes a bordo puestos, cuando, hacia las 11.00, Burton notó lo que le pareció un golpe de mar más fuerte que los demás y el barco se paró. El marinero Onesiphorous Luxon, franco de la misma guardia de bote y que dormía en interiores, siguió a lo suyo hasta el algareo tras la orden de alistar botes y cerrar puertas estancas; después se dirigió a su bote y pilló otro de los chalecos. Gould vio una peña por babor y "justo a proa una débil luz que le pareció inicialmente de un vapor"; en realidad era el faro Vilán, 2.5 millas al SW. Gould fue el único superviviente que pudo verlo. Aunque su marca no nos sirva para determinar el rumbo final del crucero a él le ayudó a ganar tierra. El Serpent se había clavado en una roca situada unos 600 metros por fuera de Punta do Boi, pero el trecho entre la punta y el buque consistía en un roquedal bajo sobre el que rompían unas olas enormes. El mar y los elementos de ensañaron con él. Gould oyó como el teniente Richards ordenaba arriar uno de los botes de babor (había dos por banda) y allá fue, pero, en plena faena y con su dotación ya a bordo, otra ola destrozó la embarcación contra el pescante arrastrando a todos menos a él, que consiguió encaramarse a cubierta durante dos minutos antes de que otra ola lo barriera definitivamente. Luxon estaba destrincando un ancla en el castillo de proa cuando una ola tumbó completamente de costado al Serpent llevándoselo a él por la borda. En una oscuridad que le impedía ver sus propias manos, Luxon se agarró con fuerza a lo primero que pudo, con el resultado de que, cuando el buque volvió a adrizarse, surcó los cielos acabando agarrado en lo alto de un palo. No llegó a saber si estaba en el trinquete o el mayor. No habiéndoles sido posible otra actuación que disparar una bengala y un lanzacabos, cuando el comandante Ross, viendo todo perdido, ordenó el sálvese quien pueda sólo habría transcurrido una media hora desde el accidente. A Burton lo buscaron en su abrazo temible una serie de olas, tras arrancarlo de la jarcia y vapulearlo contra cubierta. Pasadas un par de horas en el agua, Burton consiguió ganar tierra en una de las calas de la ensenada de Trece sin nada más serio que un golpe en la rodilla, y enseguida encontró a Luxon renqueando con un pie destrozado y le ayudó a incorporarse y caminar. Ambos ascendieron malamente por una ladera. Tras dos kilómetros de caminata llegan a la aldea de Pescadoiras, en la parroquia camariñana de Xaviña, al amanecer. A Gould lo encontraría la primera partida salida de Camariñas al día siguiente en el camino.

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