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El Cabo San Vicente

El Cabo San Vicente. Uno de los Finis Terrae de la antigüedad aguanta impertérrito los chubascos, las olas que con fuerza y bravura chocan con las viejas piedras que sostienen el faro que, desde el siglo XVIII alumbra, a quienes viajan hacia el sur, hacía la lejana América, hacia el Cabo de Buena Esperanza, o simplemente se adentran en el Mediterráneo.

En el Cabo San Vicente todo impresiona: la majestuosa vista, la altura de los acantilados, el vértigo ante la grandiosidad e inmensidad del mar, el permanente sonido del viento, el embate de las olas, y los bellos atardeceres, excepcionales, en los que un sol naranja se difumina en el Atlántico, se apaga al fundirse lentamente con el agua, de tonalidad grisácea la mayor parte de los días.

Una hermosa experiencia llegar hasta el punto más al oeste peninsular, un lugar de mitos y leyendas. Su nombre actual deriva de la leyenda cristiana que asegura que hasta allí llegaron los restos de San Vicente tras ser martirizado en Valencia en el siglo IV. Los restos estuvieron en estas tierras hasta que unos cuervos los condujeron en barco hasta Lisboa, donde arribarían en 1173.

A este singular accidente geográfico, con sus setenta y cinco metros de paredes verticales despeñándose sobre al mar, se le conocía en tiempos romanos como Promontorium Sacrum, lugar dedicado al Dios Saturno. Estrabón, el gran geógrafo e historiador griego de la época romana, nacido en el 64 a. C., gran viajero, que recorrió las regiones orientales del Imperio, desde el Mar negro a Etiopia y que visitó el Nilo hasta Asuan, escribió un compendio geográfico bajo el título Geographiká. Esta gran obra consta de 17 volúmenes y en la misma se da una descripción detallada del mundo tal como se conocía en la antigüedad, al tiempo que profundiza de forma pormenorizada en las costumbres, gentes e instituciones de la Roma Republicana. El tercero de los libros lo dedicó a la Península Ibérica y el geógrafo, que nunca estuvo por estos lares, incluyó el Cabo San Vicente como el lugar que “no era el punto más occidental de Europa, sino de todo el mundo habitado”. Una sensación que hoy permanece viva.

Frente al cabo se produjo la conocida Batalla del Cabo San Vicente, un combate naval que tuvo lugar el 14 de febrero de 1797 entre España, aliada en aquel entonces a la Francia revolucionaria merced al Tratado de San Ildefonso, e Inglaterra en el marco de las guerras revolucionarias francesas. La batalla, en la que participó Nelson acabó con la derrota de la escuadra española.

Como consecuencia de los numerosos y frecuentes movimientos sísmicos, en la zona quedan pocos testimonios de su brillante pasado: restos de la fortaleza, construida en el siglo XV, parcialmente destruida por Francis Draque en 1587 y por el terrible terremoto que en 1755 asoló Portugal. Actualmente se conserva la muralla, la iglesia de Graca y la Venta da Rosa, una enorme rosa de los vientos de 43 metros de diámetro. Se dice que este lugar, fue construido para albergar la famosa Escuela Náutica de Don Henrique el Navegante que atrajo a los mejores astrónomos y científicos y cartógrafos del mundo. Fernando Magallanes, Vasco de Gama y hasta el propio Cristóbal Colón adquirieron en este centro los conocimientos necesarios que les llevaron a cambiar el mapa del mundo y a iniciar la navegación astronómica.

A la muerte de Don Henrique, la escuela se trasladó a Lisboa y desde entonces Sagres y el Cabo de San Vicente permanecieron envueltos por el viento, por la lluvia, por soledad. Hoy, cuando se visita el faro se siente la misma sensación, sigue siendo el Finis Terrae.

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