Maria Soliña
Entre 1619 y 1628 numerosas mujeres de Cangas fueron juzgadas por el Tribunal del Santo Oficio (Inquisición) por supuesta “brujería”.
Hoy en día sabemos que aquellas desgraciadas, que acabaron confesando atrocidades a fuerza de espantosos tormentos, fueron en realidad víctimas de una invención de los inquisidores. La caza “de brujas” estuvo directamente provocada por el empobrecimiento general que siguió a la invasión turca de 1617.
La pequeña nobleza vio descender sus rentas de manera alarmante, por lo que buscó por todos los medios los recursos necesarios para mantener su nivel de vida. La Inquisición, integrada casi exclusivamente por miembros de este grupo social, fue un eficaz medio para lograr su propósito.
El objetivo primordial era arrebatarles a ciertas personas sus “derechos de presentación” en capillas y “feligresías”. Consistía este derecho en que los sucesores del fundador de una iglesia podían proponer a su titular cuando quedara vacante, y a su vez participar de los beneficios que aquella generara.
Para disimular su reprobable propósito, mezclaron algunas que sí los poseían con otras que eran “pobres de solemnidad”. Muchas de ellas se encontraban totalmente desamparadas, por haber quedado viudas tras los tristes sucesos de 1617.
Este fue el caso de la más famosa de las supuestas “brujas” de Cangas, o por lo menos la que más trascendió de su tiempo, inmortalizada en el cantar que dice: “Ay que Soliña quedaste, María, María Soliña”. Esta cantiga parece indicarnos que las gentes la recordaron, más que como maléfica y perniciosa bruja, como una pobre y desgraciadísima mujer, reflejo de todos los sufrimientos del pueblo. Corría el año 1617 cuando piratas turcos- berberiscos asolaron la ría de Vigo. Tras intentar desembarcar en Vigo donde se encontraron con una fuerte oposición de los vecinos, se dirigieron a Domaio expoliando cuanto encontraron a su paso y dejando unos cuantos muertos tirados en la playa, entre ellos Antonio Soliño y Pedro Barba, marido de María Soliño. A continuación, arrasaron el pueblo de Cangas dejándolo sumido en la más absoluta pobreza.
Tras el bárbaro ataque, sin viviendas y con sus utensilios de pesca y barcos destrozados, queda un pueblo absolutamente desolado. Cangas se sume en una más que notable crisis económica que impide incluso que los vasallos paguen las rentas que los nobles exigen por el uso de sus tierras. María Soliña, poseedora de derechos de presentación en Aldán y Moaña, entró en las cárceles secretas de la Inquisición en el 1621. Todo el proceso fue dirigido a demostrar que esta inofensiva mujer disfrutaba de poderes demoníacos, capaces de provocar incontables males, y que había entregado su alma al diablo. Pero fueron las propias confesiones de María Soliña, provocadas por el suplicio, las que llegaron a rozar el paroxismo. Aseguró ser bruja desde había más de 20 años, y haber tenido actos nefandos con el demonio durante largo tiempo, el cual se le aparecía en forma de hombre.
Y mientras esto declaraba, María Soliña suplicaba clemencia al Tribunal y proclamaba su arrepentimiento, pues aseguraba que jamás había renegado de corazón de Nuestro Señor, sino sólo de palabra. Todo esto revela la desesperación anímica de esta mujer, como consecuencia de una terrible tortura física y psicológica. El 23 de enero de 1622 llegó por fin la sentencia. Fue condenada con una confiscación de bienes, debiendo portar el hábito penitencial durante medio año. No sabemos se llegó a cumplir toda la pena, pues probablemente su vida no duró mucho más. Las secuelas físicas del tormento no podían dejar de notarse en una mujer de 70 años. Su acta de defunción no fue encontrada aún. Tal vez algún día descubramos donde reposan sus castigados restos.
Otras muchas “brujas” fueron juzgadas durante estos años. Mujeres como Catalina de la Iglesia, que confesó haber matado a cinco criaturas. O como Elvira Martínez, Teresa Pérez, María dos Santos… estas pobres infelices merecen el respeto de los héroes anónimos de un pueblo que hubo de sufrir, estoicamente, los abusos y la avaricia infame de unos pocos. Tal vez próximas investigaciones aporten nueva luz sobre sus vidas, pero la memoria colectiva las recordará no como magas, sino como lo que realmente fueron, personas de carne y hueso, con todas sus miserias y grandezas.
María Soliña. (Celso Emilio Ferreiro)
Polos camiños de Cangas
a voz do vento xemía:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
Nos areales de Cangas,
Muros de noite se erguían:
Ai, que soliña quedache,
María Soliña.
As ondas do mar de Cangas
acedos ecos traguían:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
As gueivotas sobre Cangas
soños de medo tecían:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
Baixo os tellados de Cangas
anda un terror de agua fría:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
Por los caminos de Cangas
la voz del viento gemía:
ay, qué sola te quedaste,
María Soliña.
En los arenales de Cangas,
muros de noche se erguían:
ay, qué sola te quedaste,
María Soliña.
Las olas del mar de Cangas
ácidos ecos traían:
ay, qué sola te quedaste,
María Soliña.
Las gaviotas sobre Cangas
sueños de miedo tejían
ay, qué sola te quedaste,
María Soliña.
Bajo los tejados de Cangas
anda un terror de agua fría:
ay, qué sola te quedaste,
María Soliña.