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Mouro, la isla resistente

Plagado de gaviotas y con una belleza salvaje, este peñasco es una de las estampas más desconocidas de Santander. Mouro exhibe su juego de contrastes en mitad del mar tan bello como áspero. Porque ésta es la isla de la postal, de la foto, de las vistas... Eso descubren los ojos desde lo alto de la torre "troncónica". Un paraje natural que puede presumir aún del adjetivo salvaje. Pero es un paraíso con espinas. Porque la memoria reciente coloca olas dantescas azotando esta cumbre de luz con una fuerza capaz de romper los cristales que rodean las balizas. Puñetazos de mar. El faro y la isla todavía muestran las huellas de los temporales. Y porque aquí, cuentan las historias de fareros, uno de los "exiliados" para cuidar esta lámpara cuando el pedrusco tenía vecindario tuvo que convivir varios días con un compañero muerto. El Cantábrico no les dejaba salir. Lo explica Carlos Calvo, uno de los 55 fareros que quedan en España y un tipo que sabe contar las cosas.

Cuenta, por ejemplo, que, para venir a la isla, el mar debe estar calmado y la marea en su sitio. Los barcos acceden a una pequeña ensenada. No hay embarcadero. Hay que lanzar el cabo a un noray, acercarse y saltar rápido, para que el movimiento del agua no descoloque la embarcación y fastidie una maniobra de proa y popa, de adelante y atrás. Para las reparaciones ya han tenido que hacer seis viajes. Los cristales se izaron con poleas. Porque a la parte alta del faro se accede por una escalera de caracol estrecha. Ya arriba, para salir a la terraza rematada con una barandilla es necesario meter el cuerpo por una trampilla. Y justo ahí, en lo más alto, cuatro tipos andan reponiendo los cristales. Allí se ven los paneles solares y los leds, esos que dejaron dormir en casa a los fareros. «Hace 25 o 30 años, éste fue uno de los primeros que usó energía solar para su alimentación. Como en invierno andábamos algo justos, probamos con un aerogenerador que había dado buenos resultados en las boyas, pero no acabó de funcionar y lo quitaron a los dos años. Se pusieron entonces paneles más potentes y, ahora, con los leds, ya estamos sobrados».

Pero la isla tiene más relato que el de los temporales y el mantenimiento (se recibe información vía GPS y se visita, al menos, una vez cada seis meses, aunque no se registren incidencias). Los faros son carne de literatura, los fareros tienen mística y en los islotes se sueña con tesoros y aventuras. Mouro tiene atmósfera y una banda sonora de graznidos. Un ejército de gaviotas puso aquí su bandera. Están por todas partes y vigilan. Sobre todo, como ahora, cuando sus nidos están llenos de unos huevos de color marrón moteados en negro. Hoy están tranquilas, pero no es descartable recibir la amenaza de un vuelo rasante si se da un paso de más.

Cuentan que, en el siglo XVI, los comerciantes de ultramar se detenían aquí para arrancar hinojo marino justo al iniciar el viaje de vuelta. Era muy apreciado. También que fue uno de los fareros el que plantó "uñas de gato", otra de las especies que supo adaptarse en su momento.

Fareros que ya no viven -el faro, según contaba en un artículo Jesús San Sebastián Toca, estuvo ocupado hasta el año 1.921-. «Es un lugar increíble, ¿no?», le preguntan a Carlos durante el regreso. «No hay vez que llegue y no piense en el desafortunado compañero que tuvo que estar aquí, porque a mí me parece un castigo, como un exilio. Este lugar está bien para una visita, pero para vivir es horrible».

¿De dónde viene el nombre de esta isla? Su verdadero nombre era de Mogro (sinónimo de Castro), pero a finales del siglo dieciocho cuando se hizo el primer Atlas Hidrográfico de España en el cual se consignaban todas las islas de este país, el cartógrafo gallego Vicente Tofiño San Miquel se confundió y la puso el nombre por todos hoy conocido como Mouro.

En las largas temporadas de invierno resultaba imposible abandonar la isla, por lo que los fareros se proveían de víveres para pasar esta estación tan dura.

Existen varios episodios tristes ocurridos en la isla. Uno de ellos aconteció en el año mil ochocientos noventa y seis. En ese episodio, uno de los fareros falleció y su compañero tuvo que permanecer con el cadáver varios días hasta que amainó el temporal y pudieron ir a rescatarles. Unos años después otro farero cayó al mar y no pudo ser rescatado y en febrero del año 1.996 un gran temporal destrozó el sistema de iluminación y el faro permaneció varios días sin funcionar ante la imposibilidad de acceder a reparar la avería.

La historia de esta isla nace en el año 1.570, cuando se desencadenó la famosa crisis de Flandes. El Rey Felipe II apoyó el proyecto de construir un castillo según el inexpugnable sobre la isla, el cántabro Juan Escobedo (secretario del monarca) llegó a decir que quien poseyera ese castillo tendría la llave de España. Este proyecto no llegó a concretarse sobre la isla, pero sí sobre el Palacio de la Magdalena. Recibió el nombre de Castillo de Hano. Estuvo en poder de las tropas francesas durante la guerra de la Independencia y fue destruido en el año mil ochocientos diez por las tropas inglesas que lo hicieron posible gracias a unos cañones que pusieron precisamente en la ya nombrada Isla de Mouro.

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