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Los faros son seres vivos.

Mas que formar parte del paisaje, lo crean.

Muchas veces en las tempestades perdemos el rumbo y es cuando los faros marítimos con sus luces pueden salvarnos la vida ya que nos van a indicar hacia donde debemos ir o que debemos evitar.

Imagina que es una noche sin luna, el mar se encuentra agitado y negro como el carbón. Estás al timón de un barco, regresando de una larga travesía.

La costa debe de hallarse cerca y, si tus cálculos son exactos, el puerto al que has de conducir el barco está enfrente de ti, tras la profunda oscuridad.

Pero, imagina que no es así, que los vientos o las corrientes te han desviado de tu ruta, o has cometido un error al maniobrar. En tal caso el barco, en vez de dirigirse al puerto, acabará naufragando en una escollera desierta, impactará contra las rocas o llegará a un puerto desconocido para ti.

Miras fijamente en la oscuridad buscando algo que te guíe, que os dé al resto de la tripulación y a ti la seguridad de llegar a casa sanos y salvos. Por un momento te parece ver una luz, un breve y débil relampagueo.

Este relampagueo se repite a los pocos segundos y es cada vez más visible: ya no cabe duda, es un faro. Bajo su luz está el puerto al que debes llegar o te avisa del peligro que has de procurar evitar.

Un buen navegante es capaz de encontrar su ruta por la noche con solo observar la Luna y las estrellas. Pero cuando se levanta la niebla… ¡ya no hay ningún punto de referencia! .

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